jueves, 8 de enero de 2009

Violación y aborto: ¿solución o chapuza criminal?


Son constantes las noticias de violaciones. Se producen lejos, en guerras como la de los Balcanes o las de Africa. O cerca, por culpa de borracheras o de la prepotencia de algunos hombres que buscan el placer del modo más injusto y salvaje que uno pueda imaginar.
Conviene no olvidar nunca que la mujer violada ha recibido una agresión no sólo en su cuerpo. Ha sido pisoteada, quizá de un modo radical, en su dignidad, en su honor, en su libertad, en su condición femenina, en sus derechos. Ha sido herida como mujer y como persona, como joven o como adulta, quizá incluso como niña o adolescente. Su herida es la herida de toda una sociedad, una sociedad que se siente enferma, incapaz muchas veces de detener y castigar la violencia de quien, por la fuerza, viola y abusa de los demás.
Ante tanto desorden, toda la sociedad debería reaccionar. No puede quedar sin castigo el violador, porque su culpa ha herido a la víctima en lo más profundo de su ser. No puede quedar sin asistencia la mujer violada, necesitada muchas veces de apoyo familiar, psicológico, incluso tal vez médico, después de todo lo que se ha hecho no con su cuerpo, sino con ella... No puede quedar indiferente un estado civilizado ante su dolor, incluso ofreciendo, cuando haga falta, la ayuda material o económica que sea necesaria. Pero lo principal será siempre un apoyo que consista en cariño, solidaridad, respeto y justicia.
¿Y qué hacer cuando tras la violación empieza un embarazo? Algunos pueden creer que la mujer no tiene “derecho” (mucho menos, “deber”) a aceptar un niño impuesto por la fuerza. Otros llegan a decir que, en esos casos, sería justificable el aborto: ese niño es un recuerdo continuo del agresor (convertido ahora en padre) que martillea el corazón y el mismo vientre de la víctima...
Pero el aborto, si lo miramos con objetividad, no puede ser ni será nunca una solución a la violación. Si las consecuencias de la agresión no pueden desaparecer con unas palabras de aliento ni con medicinas tranquilizantes, tampoco desaparecerán si se añade a la violación un nuevo acto criminal, si se añade sangre a la sangre...
Sí: el niño concebido en un aborto ha sido impuesto a la fuerza, pero es un ser que merece todo el respeto de la ley y de cualquier estado democrático. No sólo eso: para la mujer violada es y será siempre su hijo. Ha llegado a ser madre contra su voluntad. Pero el origen criminal y salvaje de esa maternidad no quita la dignidad de la mujer que empieza esa aventura de 9 meses con la que cada hombre inicia su existencia en el mundo. Más aún: la mujer violada que acepta su maternidad grita al mundo que, frente a la injusticia salvaje y baja del violador, la vida vale infinitamente más, y que será defendida con su amor y con su entrega.
Tal vez, su aceptación generosa pueda ser el inicio de la superación del trauma sufrido: está venciendo con amor el gesto salvaje y denigrante de quien la violó. ¿No es este un acto de justicia en favor de un ser débil e indefenso, el hijo? ¿Un acto infinitamente hermoso y grande porque nace del corazón de una mujer que sabe lo grave que puede ser una injusticia, como la de la violación que ella ha sufrido en lo más íntimo de su existencia? ¿No es grande la victoria del amor y la ternura por encima del salvajismo despiadado y cruel de los violadores y de los prepotentes que excluyen, manipulan y explotan a los débiles y a los indefensos, si es que no llegan a los extremos de degradación e infamia como son el infanticidio y el aborto?
Es duro ser madre “a la fuerza”. Pero es más duro ser criminal por propia voluntad. La mujer que aborta al propio hijo, aunque haya sido concebido en un acto abusivo por parte de un hombre sin escrúpulos, entra a formar parte del mundo despiadado del individuo que la violentó: entra en la lógica de la injusticia que quiere eliminar. ¿Puede ser el aborto una solución a su inmenso sufrimiento moral? ¿No será mejor ofrecerle, como vía de solución, el apoyo de una sociedad sana y justa que, mientras previene las violaciones con educación y con castigos oportunos, sabe a la vez volcarse sobre quienes, como la mujer violada, son víctimas de los interminables egoísmos que oscurecen nuestro planeta?
Hace ya muchos siglos Sócrates dijo que “es mejor sufrir la injusticia que cometerla”. Los padres de una mujer violada saben que su hija padece inmensamente porque ha sido agredida contra toda justicia. Pero no pueden ni deben forzarla a añadir sangre a la sangre, odio al odio, a perpetrar un crimen de un niño inocente para “castigar” al verdadero culpable que, muchas veces, sigue gozando de una libertad inmerecida.
Hay que movilizar a la sociedad contra la plaga de las violaciones. Hay que reaccionar contra ese crimen que mata la dignidad de nuestras hijas o hermanas. Pero no con una injusticia que sólo sirve para derramar sangre inocente.
El hecho de que existan quienes defienden el aborto como solución a las violaciones da mucho que pensar. Porque quien pide el crimen de un ser humano inocente se convierte en un potencial enemigo de cualquier otro ser humano no nacido, y no pocas veces también de los que ya hemos nacido. La historia nos dice que la legalización del aborto “sólo en los casos de violación” ha ido abriendo más y más las posibilidades de uso de ese acto criminal, permitiendo el aborto de otros miles y millones de niños inocentes. No puede ser de otra manera, pues una vez que se reglamenta un delito tan execrable como es el aborto, aunque sea por razones aparentemente “humanitarias”, siempre se encontrarán nuevos motivos y nuevas excusas para seguir abriendo puertas a más y más peticiones abortistas.
Esperamos que ninguna nación no caiga en esta trampa, ni que se use el dolor de la mujer violada como excusa para forzar un crimen que agrave el drama de su sufrimiento. Esperamos que cada niño fruto de una violación encuentre tal acogida de solidaridad y de justicia, que pueda convertirse, el día del mañana, en un nuevo defensor de los derechos de los débiles, como lo fue su madre y quienes la apoyaron. Porque tú, pequeño, eres valioso a pesar de tu padre violador. Porque eres tú...


Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Reflexión del libro “Abrir ventanas al amor”


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